Hace tiempo que estoy aburrida de instagram. Insiste en mostrarme cosas que se parecen exactamente a lo último que estuve mirando, cuando mi curiosidad sobre ese tema ya está saciada y apreciaría que me muestre cosas nuevas. Bueno, nuevas… al menos las nuevas publicaciones de cuentas que me propuse seguir porque evalué que su contenido era interesante. Pero este “efecto algoritmo” hace que si miré un video sobre maquillaje, si me gustó una foto de un vestidos con full print, o un meme tierno de perritos, mi feed se ajuste a esos temas y narrativas con tal precisión que el mundo parece solo hablar de eso.
Si lo único que consumo (o lo que más consumo) es el feed de instagram, si no recurro a otra fuente para alimentarme de ideas sobre lo que pasa, entonces lo único que pasa en el mundo es maquillaje, perritos, memes, ropita.
Y podríamos estar muy bien así, en nuestro mundo hecho a la medida de nuestro goce (primeramente visual, aunque también ideológico) sino fuera porque nos estamos perdiendo cosas. Sin duda hay cosas que está bien que se pierdan, no podemos comernos todo el mundo, ¡es una galletita demasiado grande! Pero ¿qué pasa cuando, por el contrario, sentimos que el mundo se nos va quedando chiquito? ¿Que estamos aburrides, desmotivades, cansades de lo mismo? Que todo es cada vez más “esto o lo otro”, blanco o negro, alegría o depresión, sin matices en el medio. Que la gente “va o no va”, que “me gusta o no me gusta”, que se entiende perfecto o no se entiende nada. Que hay “gente como uno” y después “gente que no”. ¿Queremos ver al mundo a través de ese filtro bipolar?
Bienvenidas las historias distintas
Cuenta Chimamanda Ngozi Adichie que los libros de su infancia, escritos por autores ingleses y americanos, marcaron la manera en la que ella percibía el mundo, en particular el de la literatura, y que esto la limitaba en cuanto a lo que podía o no podía escribir por aquel entonces (Chimamanda empezó a escribir desde muy pequeña).
Debido a que en estas historias los personajes eran todos blancos occidentales, ella no pensaba que la gente como ella, con su color de piel, podía existir entre las páginas de un libro. Por lo tanto los personajes de sus historias tenían las mismas costumbres que los personajes británicos y americanos, experiencias que a Chimamanda le resultaban exóticas y lejanas a su cotidianidad sensorial, pero eran cercanas a su experiencia intelectual.
Todo eso cambió cuando descubrió libros escritos por autores africanos. Esos libros, según la propia Chimamanda, la salvaron del “peligro de leer una única historia”. Así como le pasaba a la pequeña Chimamanda con los libros de su biblioteca, hoy nos sucede de igual manera pero bajo un diseño más estilizado, que nos hace “pisar el palito” bajo la creencia de que estamos eligiendo lo que consumimos, cuando en verdad seguimos viendo una biblioteca incompleta como si fuera la totalidad del menú disponible.
Nkali o el agenda-setting
Chimamanda, siempre atenta a como las dinámicas del Poder atraviesan los discursos, rescata esta palabra del igbo, un dialecto nigeriano: nkali. Se traduce como “ser más grande que el otro”. Este principio ordenador también se ve reflejado en quién cuenta la historia, cómo y cuándo la cuenta, cuántas veces. En definitiva, la cuenta quien es “más grande”, más poderoso.
El más grande elige en gran medida la mirada definitiva que tendremos sobre el mundo. Lejos de valoraciones, no se trata de convencer al otro de que algo es bueno o malo, que es correcto o incorrecto, pues el alcance es un paso previo, anterior: la cuestión primero es si existe o no existe. Y lo que no se nombra, no existe.
¿Cuál es la solución a este bias? Pues buscar activamente el balance de historias. Hoy quizás implica “salir” un poco de las redes sociales y buscar palabras clave distintas. Volcarse a la vida real y caminar por la vereda de enfrente. Viajar y hablar con gente que no se parece a nosotros. Y quizás así el mundo empieza a sentirse más sabroso, más vasto y más misterioso de nuevo.