Una semana atrás se terminaba el 2020 y mientras empiezan a correr los “créditos” que reconocen a los hicieron este año posible, se asentaba en mi corazón una emoción, abrazada a los aprendizajes que este año de película me dejó.
Si 2020 fuera una película ¿cuál sería el título? Juguemos:
“La Tierra de Oz” 🙃
“El jardín secreto que no sabía que podía armarme hasta que lo hice” 😆
“Corazón valiente” 💚 (ok, pero no la de Mel G.)
Todes* aprendimos algo del 2020. Y ese aprendizaje estuvo anclado de alguna manera en la obligatoriedad de permanecer quietos, envueltos en un capullo que no era otro que el que habíamos ideado —consciente o inconscientemente— para nosotros: nuestro espacio, nuestro hogar. Un capullo que nos iba a hablar tarde o temprano de nuestras elecciones, faltas, omisiones, lealtades… y nos iba a conducir por este camino, un poco más adentro aún, a nuestro espacio interior. ¿Y qué había allí?
En mi caso, vientos huracanados que revolvían los pedazos de mi identidad que me había construido tanto a mi gusto o por no saber poner límites a mis miedos, absorbiendo además día a día la información que iba llegando a mi mente: muerte, incendios, planes diseñados para el beneficio de pocos a expensas de la vida de muches, responsabilidades, problemas logísticos bien concretos y reales… pero también solidaridad, soluciones, inspiración del más alto calibre espiritual y de todos los rincones del mundo. Como si de repente fuera Dorothy abriendo la ventana de su casa voladora y si, “Toto ya no estamos en Kansas”. El mundo (mi mundo) es una fucking tierra de Oz, donde quienes están al mando no saben mucho más que lo que nosotros sabemos, y un grupo de gente con determinación es capaz de recorrer una gran distancia para lograr lo que quiere. Vamos, si eso no cuenta como un nuevo mundo, entonces qué?
Pero después, en algún momento todo ese ruido externo se detuvo. No, el huracán sigue vivito y coleando pero de alguna forma llegamos al centro, al ojo. Al ojo que es como un “tercer ojo”, el ojo trascendido, el que ve con la intuición o el corazón (quizás la intuición está en el corazón, nadie lo sabe a ciencia cierta). Es como volver al útero, a registrar la misión primal.
Me detengo un segundo para traer una referencia pop: ya vieron “Soul”, la última de Pixar? En primer lugar, enhorabuena que una historia espiritual encuentre lugar en nuestras pantallas. Gran timing. Si no la vieron, no se preocupen que no voy a spoilear nada que arruine el placer de verla. La película plantea las instancias previas al nacimiento y posteriores a la muerte. Pero me quedo en la previa: en ese espacio imaginado, nuestras almas adquieren las características de su personalidad con las que habrán de desenvolverse en la Tierra, y luego **libremente** descubren lo que les provoca alegría, placer, gozo… que es algo que funcionará como una brújula o un “norte verdadero” en su vida humana. Vean la película, es adorable.
En esta “vuelta al útero” (y las lectoras mujeres pueden considerar conectar con el propio, como espacio creativo y centro de poder) empecé a registrar cada vez mejor esa pulsión de placer: tanto su aparición como su ausencia o silenciamiento. ¿Cuándo dejo de disfrutar? ¿Por qué, qué estoy negociando? Cuándo aparece, ¿me animo a seguir ese camino que me propone? ¿Hasta dónde llego? ¿Adónde me quiere llevar? ¿Me da miedo seguirlo? ¿Por qué?
UF! Estas preguntas solitas ya son un montón para estos primeros días de enero. Pero aprovechemos el calor del verano, las noches largas, la intensidad de los aromas, los espejos de agua y los atardeceres rosados para intentar responderlas. El placer es la llave y resulta que la llevamos siempre con nosotres. La única forma de perderla es negarse a encontrarla, como cuando una está decididamente quemada y no encuentra las llaves en la cartera o el auto en el estacionamiento.
Encontremos la llave y veamos qué puertas abre.
*Si, soy escritora, editora, licenciada en Comunicación y escribo ocasionalmente “todes” y muchas otras palabras con E, con X y como se me da la gana (hasta invento palabras). No le temo al real castigo de la Real Academia Española ni a lo que pueda opinar mi maestra de Lengua de 5to grado ni la de Literatura del secundario, porque tengo autonomía intelectual para decidir por mi cuenta cómo quiero expresarme con las herramientas que me fueron dadas. Y sí, el lenguaje es una herramienta. Encontramos gran placer en poder apropiarnos de nuestras herramientas para crear con libertad y fabricar cosas “únicas”, especiales y diferentes? Pues no pretendamos tal uniformidad en el uso de las palabras. La comunicación exitosa excede largamente el uso gramatical correcto del Español. Lo que se esconde detrás de las resistencias a la fluidez de la Lengua es una resistencia a la fluidez de los sentidos, o dicho de otra manera, una pelea de poder por determinar el sentido de las cosas. Y, era de Acuario mediante, cualquier monoteísmo sucumbe ante la impermanencia de nuestra realidad presente. Cosas están cambiando todo el tiempo y el lenguaje no va a sujetarlas donde están. Liberarse del espejismo del control es uno de los estandartes de esta tribu. No es fácil, pero es beneficioso, como toda libertad que podamos adquirir para nuestro corazón.