¿Qué pasa si el tan temido caos es lo más positivo que podría pasarnos? ¿Y si en una de esas, no le huimos y lo abrazamos? ¿Encontraremos la claridad más rápido?
Texto e ilustraciónn por María José Alcaraz Meza
Caos. Destrucción. Dolor.
Son palabras que dan miedo desde afuera, más miedo me daban a mí que estaban en mi interior, así que por años reprimí el caos, me culpabilicé de la destrucción, lloré mi dolor en habitaciones invisibles de mi mente, escondiéndome de mí.
Y todas esas paredes las pinté de azul, el mundo me lastimaba y yo lastimaba al mundo. Llovía, feroces tormentas se desataban en esas habitaciones azules en las que no dejaba entrar a nadie. Pero surgió algo en mí: un deseo. El deseo como esa fuerza que surge desde lo más profundo, que impulsa a una criatura a pararse sobre sus pies y echar a caminar, ese mismo deseo me hizo mirar la tormenta que me rodeaba, esas nubes oscuras. El deseo de salir de esa jaula hecha de relámpagos, hizo nacer alas en mí y no hubo nada más gratificante que volar entre esos relámpagos. Pero no huí de la tormenta, la entendí. La acepté. Entendí que sus truenos eran gritos que habíamos callado, los escuché mientras volaba, entendí que esos nubarrones de gris furioso eran tantas frustraciones, entendí que la lluvia era todo lo que necesitábamos llorar. No yo. No solo yo.
Lo más difícil de volar, fue volver a posar los pies en la tierra. Y descubrirme libre, sin jaula. Porque la había destruido, porque había hecho un caos a partir de mi deseo que destruyó esa jaula, porque algo me había dolido tanto que rompió todo lo aparente y me hizo ver lo esencial, lo real. Me hizo verme.
Este no es un discurso de destrucción, sino de amor. Amor propio. ¿Cómo puede ser eso posible?
Tenemos miedo. El mundo estableció sus normas de cómo las cosas deben ser, romperlas nos da miedo. Romper. El mundo nos dice que de cometer ciertos actos podríamos causar un daño grave a quienes nos rodean, a nosotros. Tenemos miedo al dolor, y en ese miedo, nos sometemos a los dolores autodestructivos de callar, reprimir, engañar y lo que es peor, engañarnos sobre quiénes somos, sobre qué deseamos.
Me han dicho que, desde que volví de mi viaje por las tormentas, no le pregunto a las personas cómo se llaman, sino dónde les duele. Dime que te duele, descríbeme tu jaula, hagamos un cuadro de ese dolor, lloremos, hagamos llover, escucha tus relámpagos internos. Y lo más importante, abraza esa tormenta, abrázala muy fuerte. Todo lo fuerte que deseas que sea el abrazo que necesitas.
Tenemos miedo. El mundo estableció sus normas de cómo las cosas deben ser, romperlas nos da miedo. Romper. El mundo nos dice que de cometer ciertos actos podríamos causar un daño grave a quienes nos rodean, a nosotros.
Permítete ese caos de emociones. Toma cada una de ellas y hazla un color, con el que pintar ese arcoíris que sea tu paso por la tormenta (o auroras boreales, esas me gustan a mí). Permítete destruir lo que está aprisionándote, lo que te está rompiendo. Y no, nunca se trata de dañar a otra persona. Esa persona está atrapada en su propia tormenta. Rompe ese vínculo que se convirtió en cadena, rompe esos convencionalismos que se volvieron barrotes de una jaula, rompe esas creencias que te obligan a ponerte un traje que te hace otra persona, rompe el silencio. Rompe el silencio. Grita: «Aquí me duele».
Permitámonos que el caos se vuelva algarabía, creatividad, gritos de liberación.
Y no, no hagamos de ese dolor una razón para dañar a otra persona. Hagamos de ese dolor una razón para acercarnos a otras personas, descubrirnos, explorarnos, llover juntos, florecer juntos, volar juntos. El mundo nos lastimó y lastimamos al mundo, durante tanto tiempo. El mundo está sufriendo sus propios huracanes, sus propias sequías, también nos está gritando en silencio. Es necesaria una revolución, de cómo nos vinculamos con ese caos íntimo que necesita expresarse y con los demás.
Permitámonos que el caos se vuelva algarabía, creatividad, gritos de liberación. Permitámonos destruir lo que es necesario destruir, porque necesitamos construir algo nuevo. Permitámonos sentir, abrazar y expresar dónde nos duele, para sanar. El sol sigue estando presente pese a la tormenta, solo hay que atravesarla, romper esas nubes con nuestras alas, dejar que la lluvia nos empape, no dejarnos abatir por los ventarrones, buscar esa luz y ahí está, gracias tormenta por darle fuerza a mis alas, llegué al sol.