—Por Micaela Mendelevich (@mendelevicha)
Aprendí a escribir sobre lo que veo. Soy historiadora del arte y dibujante, tengo en mi cartuchera mental lápices afilados para contar con palabras una pintura. Pero cuando se trata de música me quedo muda. Me entra en el cuerpo, me sacude, me extasía, me calma, me fascina, me enerva, me subleva, me erotiza, me desarma. Siento. Pero no lo puedo narrar. Es como cuando querés gritar en un sueño y no te sale la voz. Lo acepto con paciencia. Soy muy mental. Me beneficia que las armonías me hagan salir de adentro por un rato.
Sin embargo, choqué con una pared de frustración cuando, cándida y esperanzada, quise escribir sobre Miau Trío (@miautrio). Su música, de una belleza ligera e irreverente, es una celebración. Nada de lo que salía alfabéticamente de mis manos le hacía honor. Ojo, no les arrimo este disclaimer inicial para atajarme de antemano, sino porque tengo una nueva estrategia. Renuncié a hacer una crónica digna de sus canciones. Con generar curiosidad alcanza.
La curiosidad, nafta de la creación, está subvalorada y es poderosísima. Puede, por ejemplo, agarrarlos de las narices y llevarlos a abrir Spotify, donde escribirán obedientes en el buscador, negro y contraintuitivo, dos palabras. MIAU TRIO. No puede salir mal.
@mendelevicha
Cariño y Ternura, lo nuevo de Miau
El 4 de noviembre las Miau presentan en el teatro Margarita Xirgu su disco Cariño y Ternura. Se trata del primer álbum compuesto enteramente por ellas. Once temas en español que van desde la fruta deliciosa del amor bueno, amigas que te ayudan a hablar con los leones, el odio al despertar aún cuando las alarmas suenan fuerte, laberintos, calamares, carruseles y margaritas bordadas a silencios cantados.
El trío editó su primer disco en 2015, con reversiones de temas de hace cien años. Casi una década tardaron en sacar un segundo álbum, mientras excavaron profunda y pacientemente en busca del sabor original. Cariño y Ternura está producido por Tweety Gonzalez, el tecladista de Soda, que trabajó con músicos como Fito Páez, Spinetta, Illya Kuryaki, Kevin Johansen entre otros colosos. Siempre fan de descubrir artistas nuevos, el groso de Tweety conoció a Michi cuando la invitó a una movida virtual en pandemia. Como luces de neón, en una época donde cualquiera tiene una banda y un manager, una flecha señaló el talento de las voces de Michi, Katz e Iturralde. Armonías conmovedoras y afinación perfecta llevaron a que Tweety se ofreciera como productor musical. En este disco las intervenciones del productor, coinciden las tres, fueron tan justas y respetuosas como acertadas.
Cómo empezó todo (y cómo siguió)
Hace diez años, cuando Ro Iturralde y Ro Katz estudiaban música con María del Carmen Aguilar, decidieron formar una banda. Tenían 20 años: la juventud se cura sola, pero el talento es como el yogurt, no se genera sin el auténtico germen inicial. Las Ro se juntaban en lo de Katz, dueñas del tiempo y de unas voces excepcionales. Todavía no habían ni despegado de sus hogares de infancia, donde ambas habían aprendido la habilidad de clavar, como un dardo ganador, la nota en el lugar justo. Se juntaban en la casa chacaritense de Katz y cantaban. El poder alquímico de la determinación femenina resultó el antídoto a las miles de historias de rockeros, garajes y bandas frustradas.
Estoy sentada entre objetos azules y amarillos en el bar de la cancha de Atlanta. Nos citamos acá porque acaban de salir de ensayar y yo, un centauro mitad groupie, mitad escribujante, quería saciar mi curiosidad sobre la banda con el fin de chapucear unas palabras para inocular en otros la delicia de escucharlas. Estamos a punto de clavarnos un par de milanesas de formas continentales, que sobresalen pornográficamente del plato, cuando Ro me muestra un mail de hace diez años: momento en el que sucedían los primeros encuentros. Con una ternura imposible Roxy Iturralde le plantea explícitamente a Ro Katz que quiere ser su amiga. Es una carta de amor. Se miran como cuando un matrimonio antiguo recuerda su noviazgo. Talentosas, profesionales, decididas y suaves como una mantita en la siesta.
El registro de las Ro requería una tercera voz grave: debían incorporar a alguien. En la etapa prehistórica hubo una cantante que no prosperó, recuerdan anécdotas de berenjenas y despidos con culpa, muertas de risa. Pero pronto llegó Mariana Michi, que preparó el tema “Sister shout” de las Boswell Sisters y fue al encuentro como un amante engominado. Las conquistó. La filiación con la tradición jazeera y de genialidad vocal mujeril de las Boswell Sisters, de quien toman casi todos los temas en los primeros años, es parte de la excepcionalidad de Miau. Las Boswell eran tres hermanas pícaras de Nueva Orleans, famosas en los años treinta, que inventaron intrincadas armonías y una experimentación rítmica. Un siglo después son la base ideal para estas tres hermanamigas porteñas irreverentes y celebratorias.
La onomatopeya que las nombra no viene del animal. Por motivos que nunca nadie entendió, jugando, Roxy insertaba el “miau” por todos lados. ¿Me pasas la miau? ¿Qué Miau vas a pedir? Tiempo después descubrieron la coincidencia entre el nombre de la banda, y los gatunos apellidos de Katz y Michi.
El espesor musical del trio lo completa la instrumentación: una tabla de lavar o washboard tocada por los pequeños dedos de Roxy taponados con dedales apretados. Un cuatro (una especie de ukelele utilizado para ritmos cumbieros venezolanos) y la guitarra que se pasan de manos hace que todo fluya entre ellas. Las armonías, la poesía de las letras, las composiciones juguetonas. Ningún escenario les es esquivo, ni siquiera el peligroso y resbaladizo plató televisivo, donde todas las noches improvisan canciones en “Noche de mente”, el programa conducido por Coco Silly, emitido de lunes a viernes a las 20 hs. por TV Pública. La pantalla se enciende al verlas reír con Dady Brieva, improvisar con Ricky Maravilla y atajar con destreza de malabarista los ritmos, desafíos y personajes que les caen en gracia cada noche.
Ahora sonaré como un vendedor de colectivo. Pero como si todo esto resultará poco, y por el mismo precio, hay algo más que termina de darles un grosor musical excepcional: tienen sentido del humor. En uno de sus shows en Café Berlín arrancaron con máscaras de cerdos puestas en la parte de atrás de sus cabezas. Sus alter ego animales las telonearon a ellas mismas. Siempre cierran el tema Sweet Lucy Brown coreando “Wanda Nara” (hay que reconocer que la estrella rubia tiene un nombre rítmico). Y muchas letras cabalgan los resbaladizos senderos del ingenio grácil: Ácaro, por ejemplo, cuenta la historia de uno de estos nefastos bichos microscópicos enamorándose de una mujer alérgica (en la versión en vivo siempre terminan sacadas cantando “dame más Aerotina”).
La música de Miau me hace sentir en casa, como los negocios de souvenirs en Once, como Figueroa Alcorta tapizada de jacarandás, como un vestido a rayas, como mojar las galletitas en el café.